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locura,... "mente y misterio"

Desde los tiempos más remotos se han atribuido causas sobrenaturales a las enfermedades mentales. Su estudio científico no comenzó hasta muy recientemente. Y con ello el alivio de los "locos".

Una piedra en la cabeza, una condena del alma, una posesión diabólica, un encantamiento, un delito, una conducta antisocial, un vicio... todas estas cosas han definido a la locura a lo largo de la historia y, sorprendentemente, algunos de estos calificativos han perdurado hasta hace bien poco.

De hecho, se puede asegurar que nos encontramos sólo en los albores de la consideración del deterioro mental como enfermedad. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad y en la mayoría de las civilizaciones, a los trastornos psíquicos se les ha considerado una condena; a los enfermos, culpables; y a los encargados de su atención, inquisidores, cuya misión era librar a la sociedad del mal.


Precisamente, el origen del estudio de la locura está íntimamente ligado a la religión. Ya el hombre primitivo atribuyó una causa sobrenatural a la enfermedad mental, lo cual no le privó de abordar cierto enfoque terapéutico.

Se han encontrado cráneos trepanados de hace más de 10.000 años pertenecientes al neolítico europeo que demuestran que ya entonces la curiosidad humana identificaba la cabeza como la caja que albergaba los secretos de la conducta trastornada. Este tipo de evidencias se han encontrado con especial profusión en la Islas Canarias, el Norte de África y Rusia.


De la locura, se han pensado muchísimas cosas de las que se han dicho, quizá por repeto, quizá por miedo,... ¿que será la locura?...


Os animo a leer estas definiciones y luego, introducirnos en la historia de la locura con algunos artículos espero que os interesen y que nos descubran un poco más aspectos sobre la locura ... y sobre todo cómo se ha visto la locura desde la antigüedad hasta la actualidad.


Poetas, escritores, analistas, filósofos, científicos, médicos, religiosos, escritores, comediógrafos,... todos han utilizado la locura como algo que existe pero que continúa siendo un misterio, impidiendo conocer como tratarla, como enjuiciarla, como curarla, como entenderla...


Todos son locos, pero el que analiza su locura, es llamado filósofo.
Ambrose Bierce (1842-1914) Escritor estadounidense.
La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca.
Heinrich Heine (1797-1856) Poeta alemán.
En el amor siempre hay algo de locura, mas en la locura siempre hay algo de razón.
Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filosofo alemán.
Prefiero una locura que me entusiasme a una verdad que me abata.
Christoph Wieland (1733-1813) Escritor alemán.
Una vez al año es lícito hacer locuras.
San Agustín (354-439) Obispo y filósofo.
La locura es un cierto placer que sólo el loco conoce.
John Dryden (1631-1700) Escritor inglés
El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra.
Arturo Graf (1848-1913) Escritor y poeta italiano.
Definitivamente habrá que rendirse a la evidencia de que este mundo está loco.
Sacha Guitry (1885-1957) Director, actor y guionista ruso.
Todos nacemos locos. Algunos continúan así siempre.
Samuel Beckett (1906-1989) Poeta y novelista inglés.
Es cosa admirable que todos los grandes hombres tengan siempre alguna ventolera, algún granito de locura mezclado con su ciencia.
Molière (1622-1673) Comediografo francés.



"CEREBRO OPRIMIDO, ...CONDUCTA ALTERADA"
También se han hallado restos de prácticas similares en Perú y en Bolivia que demuestran un alto conocimiento médico y una gran osadía a la hora de afrontar los comportamientos patológicos. En muchos casos, el cráneo mostraba evidentes huellas de haber sobrevivido a una confrontación física, por lo que los paleontólogos opinan que la operación tenía como objetivo liberar al paciente de alguna presión traumática que afectaba a su conducta.

Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones las trepanaciones se practicaban con la intención de realizar curaciones sobrenaturales. Según indica Chris Ann Philips, coordinadora de la Asociación Americana de Neurocirugía, "es muy posible que entre los pueblos precolombinos de Perú y Bolivia las trepanaciones se practicaran con la idea de que un espíritu maligno había poseído al paciente, lo que causaba su demencia.
Por ello, se abría un agujero en el cráneo para permitir la salida del agente dañino". Lo más sorprendente es que en muchos casos el resultado de la operación era satisfactorio. En gran número de cráneos se han hallado huellas de cicatrización y de curación de la herida infligida, lo que demuestra que el paciente sobrevivió.

La intención de exorcizar al demente no es, ni mucho menos, exclusiva de aquellas culturas. En las antiguas civilizaciones hebrea, griega, china y egipcia también hallamos testimonios de prácticas para combatir los espíritus de ciertas personas cuyo comportamiento no se correspondía con el de la mayoría de la población. La única forma de afrontar la locura era expulsando a los demonios del cuerpos.

"HIPÓCRATES, ... PIONERO DE LA FISIOLOGÍA"
Tanto desde el punto de vista popular como desde la práctica médica, la concepción de la locura como un fenómeno extranatural se mantiene hasta Hipócrates (460-377 a.C.).
El gran pionero griego de la fisiología señaló por primera vez un posible origen natural de los trastornos mentales basándose en la idea de que toda enfermedad tiene su origen en el desequilibrio entre los cuatro humores corporales: sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema.
Hipócrates es, además, autor de la primera clasificación psicológica de los temperamentos (colérico, sanguíneo, melancólico o flemático) e incluso llegó a diferenciar tres categorías de trastorno mental: manía, melancolía y frenitis, ideas que perduraron casi inalteradas hasta el final de la civilización grecorromana.

La principal aportación hipocrática al conocimiento de la locura consistió en vincular directamente el mal mental a las enfermedades del cuerpo. Sin embargo, en la Grecia clásica ya empiezan a describirse trastornos cuya dimensión es claramente psicológica. Estos problemas relacionados con el comportamiento recibían un tratamiento emocional específico que se centraba, en gran medida, en la relación entre el enfermo y la persona que lo atendía.

El teatro desempeñaba un papel fundamental en estas terapias, ya que se le atribuía una función purificadora o catártica en cuanto que servía de representación de las pasiones del público. Los sofistas llegaron más lejos y propusieron el diálogo y la lectura como "medicinas del alma" e incluso desarrollaron un "arte de aliviar la melancolía" relatando los propios sueños a un interlocutor autorizado.

La cultura romana recogió gran parte de los postulados griegos sobre la mente, aunque con algunos matices reseñables. Asclepíades, un pensador nacido en el 124 a.C., se muestra contrario a la teoría humoral de Hipócrates y sugiere por primera vez la influencia del ambiente en el comportamiento patológico. Además, alza su voz contra el tratamiento inhumano que se le daba a los enfermos mentales y contra su encarcelamiento. Él fue el primero que distinguió entre alucinaciones, ilusiones y delirios, y propuso una división entre males mentales crónicos y agudos.

Pero sin duda, la mayor aportación de la época la realiza Galeno (130-200 d.C.), quien sintetizó todos los conocimientos de sus antecesores y realizó una nueva clasificación de los trastornos de la psique. Según su opinión, las causas de la locura podían ser orgánicas (lesiones, exceso de alcohol, cambios menstruales...) o mentales (miedos, desengaños, angustias...). Además, sostiene que la salud anímica depende del equilibrio entre las partes racional, irracional y sensual del alma. Este médico romano realizó el último gran esfuerzo por comprender racionalmente la locura y su tratamiento, antes de que en el mundo occidental se diera paso a una larga etapa de oscurantismo e ignorancia que se prolongaría durante toda la Edad Media.

"BAGDAD TUVO EL PRIMER MANICOMIO"
El legado de griegos y romanos sí que sería continuado, sin embargo, por otras culturas. En Alejandría se desarrolló la medicina con gran eficacia y se atendieron con especial dedicación los problemas psiquiátricos.
A los enfermos mentales se les cuidaba en sanatorios donde el ejercicio, las fiestas, la relajación, la hidroterapia, los paseos y la música formaban parte fundamental del tratamiento. Y en Bagdad se construyó en el año 792 el primer hospital psiquiátrico de la historia.

Eran, pues, relativamente afortunados los que caían enfermos fuera de Europa, ya que en el Viejo Continente los afectados de trastornos psíquicos corrieron mucha peor suerte.
Durante toda la Edad Media, gran parte del Renacimiento y, en algunos lugares, incluso hasta el siglo XVIII, la locura fue terriblemente incomprendida. El tratamiento de los enfermos lo realizaban principalmente los clérigos en los monasterios. En un primer periodo, el cuidado exigía un trato humanitario y respetuoso, aunque el estudio de las causas del mal se abandonó en manos de la superstición y las creencias en la posesión demoniaca. Pero, con el transcurso del tiempo, la visión caritativa del tratamiento mental se fue endureciendo hasta convertirse en habituales de los exorcismos, las torturas y los encierros en calabozos.

En este negro panorama, no dejaron de aparecer ciertas excepciones. Así, San Agustín acepta que la razón puede modificar los trastornos del ánimo mejor que la fuerza, y Santo Tomás de Aquino reconoce que el alma no puede enfermar y, por lo tanto, la locura debe ser un mal relacionado con el cuerpo, susceptible de tratamiento.

Ya en el Renacimiento, el español José Luis Vives (1492-1540) negará rotundamente el origen sobrenatural del mal psíquico, y sus contemporáneos Frenel y Paracelso establecerán estrechas relaciones entre el cuerpo y la mente. Sus voces, sin embargo, no tuvieron fuerza suficiente para evitar que al loco se le siguiese tratando como a un endemoniado y a la loca como a una bruja.
Habrán de pasar algunos siglos más de encierros y torturas antes de que el conocimiento de la enfermedad recibiese el siguiente gran impulso de la mano del francés Philipe Pinel (1745-1826). En plena Revolución Francesa, este insigne médico fue nombrado por la Comuna director del Hospital de La Bicètre y luego del de La Salpêtrière. Realizó los gestos simbólicos de liberar a todos los enfermos mentales de ambas instituciones y de sustituir el término loco por el de alienado. Pero su mayor aportación fue la de conferir rango científico al tratamiento de la psique enferma.

Elaboró una completa clasificación de los trastornos mentales -que podían tener la categoría de melancolía, manía, demencia o idiocia-, y sentó las bases de un tratamiento moral de la mente que debía seguir los mismos protocolos que los tratamientos físicos para el cuerpo. Además, sugirió la creación de cuerpos médicos especializados e instituciones exclusivas para el cuidado y curación de los enfermos psíquicos, que son el precedente de los hospitales psiquiátricos de hoy. Por todo ello, a Pinel se le considera uno de los padres de la psiquiatría moderna.

"PIONEROS: KRAEPELIN, FREUD Y JASPERS"
A partir de este pistoletazo de salida, el estudio científico de la locura no alcanza su culminación hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Figuras como Emil Kraepelin (1856-1926), que acometió una cartografía sistemática de la psicopatología que aún se utiliza; Sigmund Freud (1856-1939), creador de la teoría psicoanalítica, iluminador del inconsciente y adalid de una nueva forma de psicoterapia dinámica que llega hasta nuestros días; y Karl Jaspers (1883-1969), fundador de la psicopatología moderna, dan forma al actual acercamiento de la enfermedad mental desde el punto de vista de las ciencias positivas y de la razón.

Pero, por desgracia, la comprensión de la locura todavía está lejos de ser completa. En las cercanías del siglo XXI, el tratamiento de los trastornos mentales sigue siendo un problema mundial con demasiados flecos por resolver. Durante los últimos cincuenta años, las condiciones de vida y de salud de gran parte de los ciudadanos del mundo han mejorado espectacularmente, pero este notable progreso del bienestar físico ha ido acompañado de un progresivo deterioro de la salud mental. El proceso se inició en los años cincuenta en el mundo desarrollado y ahora cobra fuerza en los países en vías de desarrollo. En el año 2000, por ejemplo, el número de esquizofrénicos en los países pobres será de unos 24 millones, un 45% más que los contabilizados en 1985.

Según un informe de Arthur Kleinman y Alex Cohen, del departamento de medicina social de la Facultad de Harvard, los cambios sociales propios de la urbanización y el desarrollo económico favorecen al crecimiento de las tasas de violencia, el abuso de alcohol y otras drogas y, en definitiva, la quiebra de la estabilidad emocional del individuo. Probablemente ése sea el gran reto de la psiquiatría del próximo siglo: deshacerse de ideas obsoletas basadas en la realidad del mundo industrializado y comprender que el trastorno mental ofrece caras muy distintas en las diferentes culturas del planeta.

El conocimiento científico actual de la locura se ha creado con la recopilación de datos exclusivamente norteamericanos y europeos. Pero el 80% de la población mundial y, por lo tanto, la mayor parte de los enfermos mentales, viven en Asia, África y Sudamérica.
Por otro lado, no se debe olvidar que en los países en desarrollo, debido a la precariedad de sus recursos económicos y a sus carencias infraestructurales, existen prioridades anteriores a la preocupación por conseguir una salud mental aceptable, como combatir el hambre, el sida, la diarrea o el paludismo.

A pesar del creciente conocimiento de las causas biológicas de los trastornos mentales, la psiquiatría no debería olvidar las peculiaridades ambientales que afectan a millones de personas. Sólo así se habrá garantizado la erradicación de prácticas alienantes y vejatorias contra el enfermo que todavía se pueden contemplar en la mayor parte de los países del Tercer Mundo.

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