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sexualidad,..."algo muy preciado"

La sexualidad humana requiere ser comprendida desde la verdad de la persona, incorporada a la razón, a la voluntad y a la libertad, y pensada como un bien inseparable de la persona y de su vocación. Entender esto es clave para diseñar una adecuada política de educación sexual.


Equivocadamente se piensa que al considerar la sexualidad humana desde una perspectiva unívoca, es decir, pensando al ser humano como un todo armónico compuesto de cuerpo y espíritu, se está abordando este tema desde una perspectiva religiosa y no antropológica, produciéndose con esta confusión una serie de errores al diseñar los programas de educación sexual, que repercuten en mitos sobre la sexualidad.


Uno de los mitos o visiones erróneas sobre la sexualidad se produce cuando se reduce la sexualidad sólo a su función biológica en vista a la reproducción, por lo que el encuentro con el otro pasa a ser sólo un medio para la prolongación de la especie.

El placer es visto como un mal necesario, producto del pecado original que se debe superar, y no se integra a la sexualidad, provocando el puritanismo más radical que termina con personas desquiciadas en el orden sexual.


Otra interpretación extrema es considerar que el instinto principal del hombre es el sexual, el que, por ser una manera de actuar espontánea, no debe someterse a la razón. En esta línea, el impulso sexual no debe ni puede reprimirse, lo que significa negar el carácter libre de las acciones humanas. El hombre se visualiza esclavo de sus instintos, como un ser determinado.


Corriente de Opinión es una publicación de Fundación Chile Unido, una organización sin fines de lucro, que tiene por objeto promover aquellos valores propios de nuestra cultura, que forman parte de la identidad nacional e integran y proyectan a Chile por sendas de paz, fraternidad y progreso.


Reflexionar sobre el sentido de la sexualidad en la existencia humana exige abordar a la persona en su totalidad, y comprender su origen y finalidad. De este modo es posible entender el por qué y para qué de su naturaleza sexuada.


El ser humano, dado su carácter espiritual, es un ser superior en relación a los otros seres de la naturaleza, ya que por su razón y voluntad es el único capaz de autoposeerse y autodeterminarse a la verdad y al bien.

El hombre, por la razón, se orienta naturalmente a la verdad y puede conocer el ser y la esencia de todo cuanto existe, trascendiendo lo meramente material.

El dar nombre a lo que le rodea implica la capacidad de concebir y el acceso a la verdad. La voluntad, por su parte, le permite al hombre moverse al bien a través de sus elecciones y conseguir las metas que le parecen valiosas.

El acceso a la verdad y al bien perfecciona al hombre en su ser y actuar, y le facilita la adquisición de la virtud, en especial de la virtud moral que perfecciona a la voluntad.


El manejo de la propia vida orientada al bien y la verdad personal realizan el ser libre del hombre, en especial su libertad moral. Por el contrario, las elecciones no verdaderas ni buenas para la persona, tales como el consumo de alcohol, de drogas, la prostitución, etc., lo denigran en su ser y lo esclavizan, por lo que se vuelve incapaz de plenificarse y alcanzar la felicidad.


El ser humano no es sólo una realidad espiritual, sino que existe como una unidad corpóreo-espiritual inseparable.

Posee un cuerpo espiritualizado o un espíritu encarnado, por lo que referirse a su cuerpo implica siempre aludir a un cuerpo personal.


La persona, dada su vocación a donarse, es capaz de amar y ser feliz en la entrega total a otro. La libertad le ha sido dada para que a partir de ella pueda conocer el amor y moverse a él confirmándolo y realizándolo en su ser, con el don de la propia vida en orden al amor.

El hombre, de este modo, se plenifica y realiza el sentido de su existencia.


Si el sentido de la existencia humana es la felicidad en la realización del amor en el don total de sí, la sexualidad, objeto principal de esta reflexión, no sólo forma parte de esta vocación, sino que la posibilita.


La sexualidad humana requiere ser comprendida desde la verdad de la persona, incorporada a la razón, a la voluntad y a la libertad, y pensada como un bien en sí misma inseparable de la persona y de su vocación.

No es un dato de la persona, es ella misma en su totalidad. No es que los seres humanos tengamos existencia y luego se nos defina el sexo, sino que nacemos y existimos como varón y mujer.


La sexualidad es el modo integrado físico, psíquico, espiritual y sobrenatural de ser persona.

Esta se da en dos modos de ser y existir en el mundo: como varón o mujer, iguales en dignidad y complementarios en la existencia.


La integración y unificación de las dimensiones físicas, psíquicas y espirituales es posible en el ser humano dado su espíritu, por lo que la sexualidad humana no se reduce al aspecto biológico-genital como en los animales, sino que es una forma unificada de pensar, sentir y actuar; de ser y estar en el mundo.

Por ello, en la persona el instinto sexual, la sensualidad, el placer se subordinan e integran a la razón y la voluntad, ordenándose a la libertad por y para amar. Tal ordenamiento expresa una sexualidad humana, personalizada y verdaderamente libre, ya que se orienta a su sentido en el don total de sí.

Lo contrario ocurre cuando, en aras de una supuesta libertad, el hombre actúa sólo por su instinto, sin control y por tanto conducido o determinado por éste. Esta situación es connatural al animal, que por no ser libre, no puede autodeterminarse, sino que es el instinto el que gobierna su conducta. El hombre, cuando ama, no lo hace sólo desde su tendencia instintiva, sino que con todo su ser... con su físico, sus sentidos, sus ideales, su voluntad, etc.


El acto conyugal es el acto más íntimo de la persona, ya que involucra a todo su ser y exige su integridad y unificación para la entrega de sí.

Los esposos llegan a ser una sola carne... y realizan la común humanidad en la unidad de los dos, no en cualquier unión, sino en aquella que expresa la promesa indisoluble de donación perpetua y exclusiva abierta a la fecundidad del hijo como un regalo.


El encuentro no queda en una realidad de "amor íntimo", sino de un "amor socializado" que expresa el compromiso ante el amado o amada y ante toda la comunidad.


El pudor nace de la desintegración entre cuerpo y espíritu, es decir, cuando aquél deja de expresar a la persona en su totalidad.

Al producirse esta desintegración, el hombre tiende a separar el cuerpo del valor personal, por ello aparece el pudor, que es una reacción de protección y resguardo a la propia intimidad e integridad. El pudor surge ante la mirada de otro o de la propia persona que destaca los valores sexuales por sobre los valores personales. También irrumpe la vergüenza, que expresa el reconocimiento de la desintegración personal y la necesidad de su unificación.


Lo anterior expresa la situación del hombre actual y sus contradicciones. En la actualidad se constatan experiencias de desintegración de la sexualidad de la persona, como por ejemplo la pornografía, en la que se mira al cuerpo de una persona vaciándolo de su significación personal; se reduce y rebaja al hombre a un medio útil o placentero, lo que no es acorde a su dignidad y realización personal.


Por otra parte, también coexisten experiencias de unidad corpóreo-espiritual. El matrimonio es una expresión de ello. Asimismo, las playas nudistas podrían ser en parte un intento de "desnudez originaria", de recuperar el valor personal y su unificación corpóreo-espiritual.

La falta de unidad actual dificulta en el hombre las experiencias de unidad y desnudez originaria, y la realización del amor en la posesión personal para la entrega. Esto explica que el amor, que es propio y natural en la persona, adopte un carácter de sacrificio.


No resulta fácil amar. El hombre se ha volcado sobre sí mismo, se tiene sólo a sí como referencia y, dada su realidad, no se concibe verdaderamente libre, capaz de autoposeerse para darse. El apego absoluto a su realidad, como modelo y medida de todo, lo confunde, y comienza a desprender de ella la verdad y la ley sin comprender que éstas emanan de su ser y naturaleza.

Los hechos no crean derechos; ellos deben observarse y acogerse en referencia al modelo de su naturaleza como un ideal perfectivo, "debido al ser del hombre", y por ende alcanzable.
Nuestra sociedad, caracterizada por el hedonismo, materialismo e individualismo, promueve hombres de voluntad frágil, incapaces de ordenar sus tendencias a la razón y la voluntad por amor. Esto afecta la comprensión de la verdad de la sexualidad y su vivencia integrada.

La sociedad, al no concebir unificado al hombre, separa la sexualidad del ser personal, truncándola de su sentido y finalidad. Un ejemplo de ello es la separación actual entre sexualidad y reproducción, entre la dimensión unitiva y la procreativa.

El acto conyugal constituye el acto más íntimo del ser humano, ya que es toda la persona la que está en juego, con su posible maternidad o paternidad. Esta no implica sólo engendrar hijos biológicos, sino una actitud de acogida, de aceptación libre y comprometida.

La entrega expresa la naturaleza del amor que exige perpetuarse, participando de infinito en un amor fecundo.


Concebir a la sexualidad separada de la dimensión procreativa contradice su ser, ya que la entrega amorosa se hace artificialmente infecunda; no sólo biológica, sino que también moral, espiritual y sobrenaturalmente.

Cuando no se piensa bien el acto sexual, como por ejemplo, cuando se lo vincula sólo al placer o sólo a la procreación, cuando se lo vincula a la generación y no a la donación, se producen heridas profundas.


Considerar que el acto conyugal puede ser realizado en ocasiones para el placer y en otras para la procreación, expresa no sólo la no comprensión de la sexualidad y su verdad, sino el concebir al hombre como un medio y no un fin. El placer no se opone a la procreación en el ser humano, se integra al don y lo posibilita.


La sexualidad se compone de varios elementos, que por sí solos no explican la sexualidad, pero cada uno de ellos tiene un rol fundamental que debe reconocerse e integrarse al amor. La sexualidad, históricamente, no ha sido bien comprendida, y hasta hoy tenemos residuos en nuestra cultura de dicha confusión.


Uno de los elementos de la sexualidad es el instinto sexual, el que se dirige naturalmente al sexo contrario de una persona, y su existencia es fundamental para propiciar el encuentro y comunión interpersonal entre varón y mujer. Este instinto sexual se ha interpretado erróneamente, lo que ha repercutido en su equívoca concepción y valoración.

Así tenemos, hasta hoy, residuos de dualismo: separar cuerpo de espíritu. Se considera todo lo corporal como "sucio y malo" y todo lo espiritual como lo "limpio y bueno". Se da una visión maniquea que contrapone el espíritu a la carne.


Otra visión reduccionista consiste en considerar a la sexualidad sólo en su función biológica en vista a la reproducción, por lo que el encuentro con el otro pasa a ser un medio para la prolongación de la especie.

El placer es visto como un mal necesario, producto del pecado original que se debe superar. No se integra a la sexualidad, provocando el puritanismo más radical que termina con personas desquiciadas en el orden sexual. El placer es mirado bajo sospecha, lo que constituye un error, ya que se mira negativamente una parte constitutiva del ser humano.


El placer sexual no agota la sexualidad. Está para poder recibir al otro, para salir de sí a su encuentro, para posibilitar la entrega.


Otra interpretación que persiste hasta nuestros días alude a que el instinto principal del hombre es el sexual, el cual, por ser una manera de actuar espontánea, no debe someterse a la razón.

La libido, o impulso sexual, no debe ni puede reprimirse, por lo que se niega el carácter libre de las acciones humanas.

El hombre se visualiza esclavo de sus instintos, como un ser determinado. El criterio de análisis y de orientación es el de "bienestar".
También se da en nuestra cultura "la exaltación unilateral del sentimiento" como residuo de la concepción romántica del amor.

Se desliga la razón y la voluntad del amor y la sexualidad. Estos no se pueden enmarcar en la institucionalidad del matrimonio. El criterio es la intensidad de la experiencia afectiva, de la emoción, y como ella evidentemente cambia, se deduce entonces la imposibilidad de un compromiso definitivo y estable de la persona libre.

El acto sexual pierde el significado de una donación personal que implica el compromiso radical con el destino del otro. Mientras se "sienta" todo es posible, si el sentimiento o la emoción desaparece, se acaba todo.


Existe otra tendencia a considerar a las nuevas ideas como atractivas y dignas de seguirse sólo por ser modernas, sin considerar que pueden ser erradas.

Así, se escuchan comentarios como: "el aborto es un derecho"... o "la ley de divorcio vincular es necesaria porque la sociedad debe ir evolucionando, avanzando".

Se hace un juicio de valor positivo frente a estas ideas y realidades teniendo implícitamente como modelo a los países desarrollados, lo que resulta contradictorio, ya que los efectos de dichas experiencias no han sido buenas.


Una constatación de lo anterior lo vemos hoy día en el concepto de género, introducido entre otros por movimientos feministas que lo consideran como una construcción social en que cada uno puede determinar su orientación sexual sin reconocer la verdad y la ley natural de ser y existir como hombre o mujer. Al anular lo masculino y lo femenino se elimina la maternidad y la paternidad, ya que sólo la mujer puede ser madre y sólo el hombre puede ser padre. Su aniquilación destruye el matrimonio y la familia.


Si no se entiende bien la sexualidad, su educación resulta no sólo difícil, sino que errada. La afectividad es una dimensión de la sexualidad, no es aparte de ella, por lo que se puede suponer que la sexualidad se debe ver reducida a la genitalidad.

Esta educación se basa en la entrega de información de métodos anticonceptivos; por lo que se separa sexualidad de fecundidad y se introduce el aprendizaje de no hacerse cargo de las consecuencias de los actos.


Frente a todas estas visiones erradas de la sexualidad y de su vivencia, es necesario recuperar una antropología adecuada que considere a la persona en lo que realmente es: un ser libre, dotado de inteligencia y voluntad, y conformado indisolublemente por un cuerpo y un espíritu.


La sexualidad requiere ser comprendida en su verdadero sentido, y el encuentro conyugal en justicia debe corresponder adecuadamente a su significado: el de la recíproca pertenencia radical e indisoluble de hombre y mujer, por el libre consentimiento mutuo.


Educar la sexualidad hoy en día es una necesidad y, dada la confusión existente, resulta imperioso. La familia, como fuente y depositaria de la vida y del amor, está llamada naturalmente a educar la sexualidad de los hijos a través de su testimonio de comunión conyugal y familiar.

Al ser ésta la primera responsable de la educación de los hijos, el Estado debe respetar y apoyar su labor y, en casos necesarios, realizar una acción subsidiaria, fortaleciendo al ser humano en y desde la familia. Esta es la célula básica de la sociedad y resulta fundamental para el desarrollo y equilibrio humano y social.


Otra visión reduccionista consiste en considerar a la sexualidad sólo en su función biológica en vista a la reproducción, por lo que el encuentro con el otro pasa a ser un medio para la prolongación de la especie.

El placer es visto como un mal necesario, producto del pecado original que se debe superar. No se integra a la sexualidad, provocando el puritanismo más radical que termina con personas desquiciadas en el orden sexual.
No resulta fácil amar.

El hombre se ha volcado sobre sí mismo, se tiene sólo a sí como referencia y, dada su realidad, no se concibe verdaderamente libre, capaz de autoposeerse para darse. El apego absoluto a su realidad, como modelo y medida de todo, lo confunde, y comienza a desprender de ella la verdad y la ley sin comprender que éstas emanan de su ser y naturaleza.


La sexualidad es el modo integrado físico, psíquico, espiritual y sobrenatural de ser persona. Esta se da en dos modos de ser y existir en el mundo: como varón o mujer, iguales en dignidad y complementarios en la existencia.

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